viernes, 9 de diciembre de 2016

Me enamoré de un chongo

Este año que pasó me enamoré. Me enamoré de un chongo, sabiendo que era un chongo y nada más que eso. ¿Y qué carajo se puede decir o a quién se puede culpar cuando de entrada sabías que era una relación peligrosa? Definitivamente eso de ir, garchar y de seguir con la life como si nada pasara, no es lo mío. Hay que ser un cubito de hielo para no sentir nada, para no encariñarse, para no querer a quien tenés al frente después de haber pasado noches enteras juntos, comiendo, durmiendo, desayunando… Tiempo. Gastaste un tiempo valiosísimo en tu vida y lo usaste en esa persona, ¡un chongo! ¿Y me vas a decir que no lo querés ni un poquito? ¿Qué te importa realmente un carajo lo que pase con su vida? Si te morís por recibir un mensajito de él…

A mí me pasó, y lo reconozco ahora después de mucho tiempo. El pibe me gustaba, era un fuego, literalmente. Entraba a su depto y ya con una miradita de reojo me movía el piso en un 8.6 de la escala de Ritcher. No tenía que hacer nada, yo estaba entregada a sus besos y abrazos. ¡Ni con un novio me había pasado eso! Y lo peor de todo, es que él mismo era el que recalcaba todo el tiempo la química que había entre los dos. Yo era aire, él era fuego, imposible estar juntos en una habitación sin que nada pasara.

Y un día, como todos los hombres, me empezó a esquivar. Y una, boluda total, piensa dos cosas: la primera es que tiene otra, obvio, se encontró a otra por ahí que está más buena que yo y ya no quiere nada conmigo; y la segunda es que el pibe se está enganchando y huye. Nunca pensamos en una tercera opción, esa tercera opción del orto, que existe. La tercera opción es que se cansó de vos y listo, a otra cosa mariposa, si total éramos chongos y nada más, ¿no es así?

Y ahí va la boluda total y le escribe: (denominado “ A”, el susodicho) “A, ¿te pasó algo? Estás muy cortante últimamente”. Y ahí contesta A: “No, todo bien. Nada más me parece que nos estamos escribiendo mucho, y yo estoy con mucho trabajo y muchas cosas”. Ahí fue, la primera bomba de A. Más claro, echale agua piba. Y una, ya a esta altura pelotuda total, responde con un: “Si, es que me gusta hablar con vos… Pero bueno, tranqui, después nos hablamos”.  No, no, no, noooooo! Con dos palabras ya le estás diciendo que estás muerta con él. Te querés hacer la fría pero no te sale, no es lo tuyo. Te morís de ganas de decirle que lo querés ver, que lo extrañás… Extrañar a alguien es cosa seria.

Poco a poco, la relación se va distorsionando y quebrando. Él cada vez pone más distancia, y vos, en tu afán de no querer perderlo, le proponés una juntada para charlar y aclarar las cosas. Si él acepta, en esa juntada van a decir poco y nada. Y vos, no le vas a declarar el “te quiero” que tenés guardado, porque no, no da. Y si no acepta juntarse, porque el “nos juntemos a hablar” es como un repelente para la mayoría de los hombres, te vas a quedar con una sarta de palabras en la garganta que vas a terminar descargando en algún momento que estés ebria a través de un audio de WhatsApp. Y ahí la dignidad se te termina de ir al pasto.

Sí, yo me enamoré este año de un chongo. Me encantaba, realmente me encantaba. Me imaginaba con él viajando por el mundo, de mochilas en algún paraje olvidado de la tierra. Me imaginaba cocinándole alguna noche especial. Me imaginaba con él un día lluvioso en la cama, haciendo fiaca. Llegué a quererlo de tal manera que cualquier cosa pequeña que a él le hiciera bien, yo sonreía, me ponía feliz. Amaba su sonrisa, me encantaba verlo reír y bailar. Será que querer lo mejor para la persona que tenés al lado no es suficiente. Será que la química no lo es todo. Conocer cada rinconcito del cuerpo no alcanza. Y cada vez entiendo menos a la gente, cada vez entiendo menos este tema de las relaciones. Yo le tenía miedo al amor, tenía miedo de volver a confiar en alguien, y sin embargo ahora, después de un mes de que todo haya terminado, me sigo sintiendo fuerte.

Con A aprendí que no está bueno tener chongos del momento, porque tarde o temprano uno termina queriendo. A, era un fuego, me tiraba buenas vibras en cada encuentro. Me hacía sentir súper sexy y capaz de hacer todo lo que quiera en mi vida. Él me tenía fe, quizás por eso fue que me enamoré. Había encontrado a alguien que me veía tal cual soy, auténtica, y si bien nunca me lo dijo, sé que me quería por eso. Aprendí a amar lo bueno y lo malo de una persona que llegó a mi vida de la nada. Quería tanto su buena energía como sus demonios. No me importaban estos últimos, no eran un obstáculo para mí.

Lo quería y lo quiero, por cómo me hacía sentir, por su forma de ver la vida… Lo quería por su espíritu de fuego. Y yo, aire, lo encendía más hasta hacerlo arder. Juntos nos potenciábamos, pero como todo fuego, en algún momento se apaga. Ahora quedan cenizas, ¿tendré que barrerlas?